jueves, 8 de octubre de 2009

PRIMERA PARTE (1938-1948) Capítulo 18: "Lavanderas y molinos"

Y ¡cómo no recordar aquellas jornadas de mañana a tarde, del lavado de ropas en Los Colaeros! Que esfuerzo sobrehumano hacía “mi santa madre” portando un cubo al cuadril, con una mano y con la otra agarrada al asa de una enorme cesta de mimbre abarrotada de ropa sucia, a la ida, y limpia y seca a la vuelta, cuya otra asa agarraba yo como podía y descansando muchas veces pues era sólo un niño. Mientras ella lavaba yo jugaba a la pelota o a los “bolindres” con los amigos, hijos de otras tantas amas de casa y lavanderas.
Y qué ricas nos sabían las modestas meriendas, en las que nunca faltaba chorizo, queso y a veces una jícara de chocolate que esto si que era un lujo. Los hijos de las que iban a lavar por un pobre jornal, tomaban una merienda bastante escasa de alimentación, lo que a mí me daba mucha pena. Por indicación de mi madre y por voluntad mía también, muchas veces compartíamos entre todos lo que había.
Con una sensación maravillosa, ahora recuerdo tantas bonitas cosas y tantos esfuerzos...

¡Cómo resultaba de duro el trigo al molerlo en una especie de molinillo gigante!

Con un puño asido a una rueda grande, el cual, con un gran esfuerzo, hacía girar dicha rueda para que, con un mecanismo apropiado, triturara el grano de trigo, que es de los más duros que existen. Naturalmente, cuando era poca cantidad a moler, pues para hacer un amasijo de quince o veinte panes, lo más frecuente en las casas particulares que podían, se llevaba a la “maquila” de El Molino del Jorobao. Otro maravilloso paraje donde fuimos tantas veces con mi padre a comer y a pescar. Molino de enormes ruedas de piedra que molían con la fuerza (hidráulica) del cauce de la ribera a través de una desviación que formaba una gran “toma de agua”. Allí también fuimos tantas veces a bañarnos en aquellos largos y calurosos veranos de “los cuarenta”.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

PRIMERA PARTE (1938-1948) Capítulo 17: El compadre Pepe. Merendolas

De entre tantas personas nobles, buenas y cariñosas que traté en mi pueblo tanto en la niñez como en la juventud, tengo que destacar a nuestro querido “compadre Pepe” José Alvarez Rodriguez, un hombre bueno, gran profesional de todo a lo que “echó mano”, inteligente y culto sin haber estudiado. Hombre serio en su comportamiento, pero con gran sentido del humor, muy responsable y cumplidor de su palabra, escrita o hablada. De él recibí las mejores enseñanzas sociales y humanas, y, los más extraordinarios consejos desde niño, hasta que me hice muy mayor. Cuando se trasladó a vivir en Sevilla, continuamos una estrecha, sincera y admirable amistad, hasta su muerte. ¡Cuánto te hecho de menos COMPADRE DEL ALMA! Como sabéis todos, compadres eran él y mi padre, por apadrinamiento de su hija Emilina a la que tanto quiso siempre. Pero era el COMPADRE de todos nosotros.
También añoro con gran ternura y emoción, las excursiones con mis padres a los campos cercanos al pueblo; Los Guíndales, propiedad de los Moyanos, con quienes estábamos emparentados a través de la títa Narcisa. Allí siempre era para pasar el día completo, los domingos. ¡Qué ricas y espléndidas comidas preparaba el títo Manolito! Si era verano, ¡qué refrescantes baños nos dábamos en la alberca! Y si invierno, ¡cómo disfrutábamos con aquellas enormes candelas de leña de olivo o encinas!, donde, sobre las trébedes, se cocinaba un riquísimo arroz con conejo, o carne de cerdo en la parrilla. Entonces no había refrescos u otras golosinas para los niños, agua o un “traguito” de vino que, desde la bota, con mucho cuidado, nos echaban en la boca los mayores. Otras veces íbamos sólo por la tarde, y, al anochecer, nos tomábamos una merendola fría: huevos cocidos, tortilla campera, conservas, casi siempre, caballa, sardinitas en aceite o mejillones en escabeche. Algunas (pocas) lonchitas de jamón, ya que los dos jamones de la “matanza” tenían que durar casi todo el año.¡Cómo le gustaban estas conservas al Maestro, mi queridísimo e inolvidable padre! Tales merendolas solían ser en “La servilleta”“Los Coladeros””La Higuera”,”El Cubillo”,”San Pedro”, ”La Ribera”(Benalija) y otros tantos parajes preciosos que dejo de enumerar. Algunas veces nos sorprendió alguna lluvia pasajera que nos hacía recoger y salir a toda prisa para protegernos en alguna casilla o cobertizo de bestias.

sábado, 18 de julio de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 16º: "Solo ante el futuro"

En Septiembre de 1944 me había desplazado a Sevilla para examinarme de ingreso en Bachiller junto con varios de mis compañeros de clase, con la diferencia de que ellos iban acompañados de su familia y yo absolutamente sólo. Al tiempo de salir para la estación del ferrocarril, Don José, mi Maestro, al tiempo que apretaba cariñosamente su mano derecha sobre mi cuello, me decía casi al oído susurrando: “venga Federico tú vas bien preparado y eres capaz. Volverás aprobado ¡Suerte!”. Efectivamente, así fue y también gracias a mi tenacidad, pues cuando yo vi aquél inmenso edificio que era y es el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza San Isidoro de Sevilla, me quedé atónito y triste al verme tan sólo, mientras mis compañeros tuvieron a sus familiares en la puerta del aula hasta el mismo momento de entrar a examen. Ahí empezó mi coraje en luchar por aquello que me proponía y cambiar de una vez mi situación. Sólo estudié el primer curso y como las circunstancias económicas no lo permitieron ni siquiera pude presentarme a los exámenes en el referido Instituto. Recuerdo el gran disgusto que teníamos todos, principalmente mis padres, mi Maestro y yo. Mi padre me dijo: “hijo sé la gran ilusión que tienes por estudiar, yo también, pero me es imposible poder costearte una pensión en Sevilla, así que habrás de esperar a cumplir los dieciocho años para poder alistarte voluntario en el Ejército y a partir de esa situación ya todo dependerá de ti. Ante esta circunstancia tuve que empezar seriamente mi aprendizaje en la Barbería. Anteriormente sólo era a ratos y para que me fuera acostumbrando.

jueves, 25 de junio de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 15º: "La escuela de la posguerra"


Posteriormente, en el 38, nació María Eugenia y en el 40 Manolito que, desgraciadamente murió a los cinco años víctima de la epidemia de tifus del año 1945. Murieron bastantes jóvenes de ambos sexos, amigos y compañeros de la Escuela. Mi hermano Jacobo estuvo a la muerte pero, como otros tantos, tuvo la suerte de salvarse. Aún lo recuerdo en el lecho, con el rostro desfigurado, prácticamente muerto, recibiendo la extremaunción. ¡Cuánto debieron sufrir mis padres! Esto lo entendí bien cuando me hice mayor y tuve mis propios hijos.
Don José estuvo diez años en Alanís del 37 al 47. Se incorporó en Salteras adonde había pedido traslado harto del caciquismo de Alanís y para estar más cerca de Sevilla, en favor de los estudios de sus hijos. Allí tuve el inmenso placer de visitarle unos años después. Compartimos varias horas de charla muy interesantes y ambos sentimos una gran alegría por el reencuentro. Según María Eugenia, se jubiló en Camas el año 1967. También por ella supe que murió su hermano Pepe, bastante joven todavía, lo que me dio mucha pena.
Como Maestro nuestro, se comportó prudente y no llegaron informes raros sobre él. Además era un gran Maestro, cayó bien a todos. También deseabamos muchísimo que llegara otro Maestro, ya que, el dichoso Don Francisco Quiñones que sustituyó a Don Jerónimo Alemán, era nefasto, sólo se preocupaba del brasero y tomar el sol en el invierno, y en verano se iba al fresquito del patio de la casa, que era propiedad de Reyes Cano, en la calle Juan de Castellano esquina con la calleja Manzanares, junto a la panadería de “Los Adriano”. Esta era vivienda y escuela. Llegaba a quedarse dormido en su mesa y cuando los niños se ponían a jugar y vociferar se sobresaltaba y la emprendía a mamporros con los nudillos, a mano cerrada, sobre nuestras cabezas. Era franquista y por lo tanto nos tenía casi todo el tiempo cantando el “Cara al Sol”.
Era mal enseñante..., o no quería. En el pueblo no dejó buen recuerdo. Seguro que también lo pasó mal pues además de la escasez de alimentos y el poco sueldo, tenía muchos hijos. Era bastante mayor, si no se jubiló en Alanis donde estuvo pocos años, posiblemente sería en el siguiente destino. Le recuerdo ahora mismo como si lo tuviera delante. Yo creo que llegué a tenerle bastante miedo, a pesar de ser un niño prudente y aplicado (según de mayor me confirmaba mi familia). Por ello, entre mi negación a asistir a su Escuela y lo mal enseñante que era mi padre tomó la decisión de cambiarme de profesor y me asignó a Don José. Esta decisión recuerdo que me dio una gran alegría.

martes, 9 de junio de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 14º: "De matemáticas al cine"

Como ya sabemos todos, la Segunda Guerra Mundial se inició coincidiendo con la terminación de nuestra Guerra Civil en 1939. Nos encontramos en los principios de 1942. Este Aprendiz de Barbero contaba ya con diez años y cuatro meses.
Progresaba bastante en los estudios de la Primera Enseñanza especialmente en Gramática, Historia y Geografía. Tampoco se me daban mal las Matemáticas, es verdad que me gustaba menos pero mi gran Maestro Don José Florencio Reina que era un excelente matemático y estupendo enseñante de esta materia, ponía mucho empeño hasta que “te entraba en la cabeza”. Casi diariamente, Don José me colocaba a su lado para que leyera una página de El Quijote, aparte de que era uno de los que mejor leía, es que además a los otros niños les daba “vergüenza”. Esta ocasión me servía para subir mi ego y me empeñaba en hacerlo cada vez mejor. Siempre que pedía un voluntario para salir al estrado y desarrollar en la pizarra alguna materia sobre gramática, matemática u otro tema, allá que iba yo. Don José, debió llegar al pueblo para el curso de 1937/38. Procedía de Gerena (Sevilla)de donde prácticamente se vio obligado a pedir traslado, pues al no significarse con el franquismo no contaba con “la simpatía” de las autoridades y “elementos” afines que le tenían envidia. Según me confirma ahora su hija, mi entrañable amiga María Eugenia. Llegaron a suspenderlo por un año de empleo y sueldo sólo por tener ideas de izquierda, sin meterse en nada pues era un hombre prudente. Su esposa se llamaba Irene Trócolis Ubeda, era una mujer muy guapa, sumamente prudente, también, como su marido, agradable y buena persona lo que hizo que se granjeara rápidamente la simpatía y el buen trato de todo el pueblo. Llegaron a Alanís con un hijo, Pepito que, aunque era mayor que yo tres años, llegamos a ser muy buenos amigos y hasta montamos una “gran industria cinematográfica juvenil”. Él, con su ingenio, preparó con una caja de zapatos y una lente que le quité yo a unas gafas de mi abuela, la revolucionaria máquina de cine. Yo hacía los dibujos sobre tiras de papel transparente copiando de los tebeos, repitiéndolos mucho, de tal forma que conseguíamos que se movieran. El cine lo montábamos en un “tinaón” de la parte trasera de la casa de Antoñito “el de Adelina”, otro amigo y compañero del colegio de la edad de Pepito. Nos convertimos en tres socios. Antoñito se ponía en la puerta y cobraba una “perra gorda” por cada entrada. Teníamos bastante éxito “artístico-comercial”. Por lo que nos repartíamos “pingües beneficios”. Yo ingresaba parte en la alcancía y el resto para golosinas y tebeos.

lunes, 1 de junio de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 13º: "La radio"

Por entonces, apenas habría unos cinco aparatos de radio en el pueblo. Los que más recuerdo eran dos: el del Casino y el de mi adorable tita Manuela. Allí de forma clandestina escuchábamos Radio Pirenaica en la que hablaban las personas de izquierda huidas de España, lo que nos servía para enterarnos de muchas verdades que se nos ocultaban en nuestro país. Es cierto que, según decían algunos hombres del pueblo imparciales y que eran justos en su proceder, que algunas veces lo que decían era de forma exagerada y sin constatar. Es cierto que a pesar de escuchar esta radio muchos alanisenses, las autoridades disimulaban y al menos, por esto, no se producían represalias, aunque sí hubo muchas, injustamente, por otros motivos. Más adelante escribiré sobre ello. De vez en cuando llegaban revistas sobre la guerra mundial cuyas fotos de los distintos frentes a mí me parecían espeluznantes. Me acordaba, con mucha pena, de mi primo Jacobo que por necesidades económicas tuvo que alistarse en la División Azul y estuvo a punto de morir congelado en el frente de Belgrado. Aún tengo en mi memoria cuando leíamos sus cartas de una caligrafía preciosa y perfecta ortografía. ¡Cómo lloraba mi madre! Al final siempre terminábamos llorando todos. También mandaba modestas cantidades en giro postal, parte de su paga, para ayudar a tirar para adelante a su madre -ya viuda de la guerra civil- y sus hermanos. Tales giros llegaban a nombre de la abuela Dolores con quien se alojaron, muy pobremente, al término de la Guerra. ¡Cuántos potajes, lentejas, cocidos, guisos de patatas “con lo que hubiera”, pan con chorizo o morcilla, compartimos en casa con estos primos!, con la complacencia del bueno de mi padre, que lo hacía con tanto amor como mi madre, dentro de tanta penuria como nos rodeaba. Jacobo y Fernando, aún casi adolescentes, empezaron a trabajar en “los albañiles” como se decía en el pueblo (ahora se dice “en la construcción”) y Paco de porquero, destino que le asignó un panadero en buena posición, llamado Fernando Arcos, para cuyo trabajo, cuidar en el campo de los cochinos (cerdos) le proporcionaba escasa comida, a veces chacina ya rancia, que no se comía su familia, o no se podía vender. Además de hacerle madrugar para que ayudara a amasar la primera hornada de pan, antes de salir para el campo. “Y eso que era compadre de mi tío Paco, caído en la Guerra”. Cuando lo normal, honrado y justo, hubiese sido mandarlo a la Escuela y darle de comer en su casa. ¡Puñetas, que era su ahijado! Ahora me aclara mi primo, que cree que no era mala gente pero que quien “mandaba” era su mujer, la que carecía de cualquier bondad. Estos trabajos fueron por poco tiempo ya que se trasladaron a San Juan de Aznalfarache para vivir allí con su madre.

viernes, 22 de mayo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 12º: "Las tertulias en la barbería"

A pesar de mi corta edad tenía pasión por saber de todo, tanto en estudios como de la vida social- humana que me rodeaba. Siempre iba más adelantado de lo que correspondía a mi edad. Y, como era mi disposición a ello, me resultaba bastante fácil gracias a la Barbería, donde, después de estudiar y jugar un rato, me pasaba bastantes horas del día por mi condición de aprendiz. Por allí pasaban personas de toda condición, situación y saber, me refiero sobre la vida, porque en cuanto a cultura, quitando a los profesionales de carrera y algunos pocos que, sin estudios, se habían preocupado por obtenerla. Para la mayoría no hubo Escuela. En el pueblo había una persona muy especial que, sin tener título universitario, era cultísima. Me refiero a mí admirado y querido Maestro en Literatura y Teatro, Don Leopoldo Guzmán Alvarez. (De quien también hablaré más adelante) Entre las personas rústicas, que eran la mayoría de los clientes, existían varios ya mayores que, andarían entre los cincuenta-sesenta años, pero que a mí me parecían mucho más viejos (eso lo aprecio ahora) que me dejaban embelesado. Me contaban interesantes historias del pueblo que a veces ellos con su talento natural, su imaginación y picardía, adornaban hasta dejarlas en un delicioso cuento, que terminaban siempre en sabrosas moralejas. Algunas de estas historias, es ahora cuando las entiendo bien. Estos que, de pequeños, nunca tuvieron la oportunidad de asistir a una Escuela, sabían leer, escribir y como mínimo, las cuatro reglas aritméticas. Es decir”; sumar, restar, multiplicar y dividir”. Para que me entiendan los niños de la generación actual. Era gente buena, afable y con buen carácter, a pesar de los infortunios y de las penurias de la vida que les había tocado vivir, más la canallesca guerra civil que, a pocos salvó de no tener un caído, (hijo o familiar muy próximo). Los hombres más cultos formaban tertulia en la Barbería al final de cada jornada, entre ellos, destacaban; Manolo Rojas y José Alvarez, alias“el grifo”, mi entrañable "compa-
dre” (de quien tendré que hablar más adelante).
Se hablaba del discurrir de cada día en el Pueblo para continuar con los acontecimientos políticos y militares. Casi siempre, bajando la voz en franca complicidad, por el miedo a las represalias de los muy afines al régimen “franquista”. Mi padre, casi siempre hacía de moderador para que no se alteraran los ánimos y por su condición de “hombre libre”. Como curiosidad he de aclarar que, aquellas tertulias, la componían varios amigos entre los que se encontraban hombres con ideas o sentimientos de derecha, de izquierda, republicanos, simpatizan- tes de la monarquía y otros, que, sin ser afines a alguna ideología política concreta, se manifestaban por el camino de lo social-humano. También hacían amplios comentarios sobre la II Guerra Mundial, aunque entonces las noticias llegaban con bastante retraso. Algo lógico, pues a la sazón, estábamos al principio de la década de los Cuarenta. Yo lo escuchaba todo sin pestañear pues me parecía que hablaban de un cuento fantástico, con el que terminaba soñando a voces y, alguna vez que otra me tiré de la cama haciéndome algún chichón.
Recuerdo con mucho cariño a José Fernández, alias “José Veneno”, mote familiar, pues, este buen hombre, de veneno no tenía nada. Era una gran persona, y muy liberal, cuyas tertulias con él eran muy amenas, sabía de todo un poco. Era muy servicial y a mí me trataba siempre con un afecto especial, aunque repito que, dada mi corta edad por aquellas fechas, no todo lo que escuchaba entendía. Y también recuerdo aquellos enormes y deliciosos caramelos de café con leche, que él traía de Almendralejo para vender en su taberna pero que a mí, siempre me regalaba “un puñao”–como él decía-. Lo que siempre le agradecí. También me decía algunas veces, al encontrarnos: “El puñetero coloraíllo este, lo que sabe”. Era de las personas del pueblo, que más sentí perder.

jueves, 14 de mayo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 11º: "Guadalcanal"

Me vienen a la memoria aquellos felices días que pasaba en Guadalcanal, donde vivía y trabajaba el tito Manolito, su mujer, la tita Manuela, muy cariñosa siempre conmigo y sus hijos, mis entrañables primos Elisa, Manolo, Antonio y Dolorcita. Todos me acogían con gran cariño y hacían que me divirtiera mucho con ellos. Yo era aún un niño. Hacíamos excursiones a paisajes preciosos y a la estación de ferrocarril que estaba situada en un sitio muy pintoresco en plena sierra. Aun recuerdo, entre otras comidas muy buenas que preparaba la tita, aquellas hermosas y húmedas rebanadas de pan frito que ella le daba un punto que a mí me sabían a gloria.
También mis viajes de niño, casi adolescente, a Maguilla –Badajoz- con los titos Emilio y Fermina y mis también entrañables primas Fermina y Ascensión Allí me iba incluso en época colegial y durante el tiempo que estaba, iba a la Escuela, lo que para mí era lo más importante de todo. Recuerdo a Don Francisco el Maestro, que siempre me acogió muy bien y se tomaba mucho interés en que yo siguiera en mi línea de aprendizaje. De algunos de los que fueron esporádicamente mis compañeros de clase aun recuerdo sus caras y lo afectuoso que fueron conmigo y lo bien que nos lo pasábamos en los juegos y haciendo excursiones por los alrededores del pueblo. Allí aprendí a bailar (lo que ahora le llaman “baile de salón”) bastante bien, ello me sirvió para lucirme después en la feria de Alanís y enseñar a mis amigos, que por entonces sólo sabían bailar el “paso doble”. La tía Fermina era muy cariñosa conmigo y me permitía muchos caprichitos. La que bailaba conmigo era Ferminita, también muy cariñosa. Ascensión era aún muy pequeña.

viernes, 10 de abril de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 10º: "Jabón verde clandestino"

Vamos con el aprendiz de barbero: terminado el juego, que al final se practicaron ambos, marro y pelota, cada muchacho o chica se marchó a su casa. Era domingo. Yo pregunté a mi madre por el "Maestro" (nombre que, a veces, sustituía al de "papá", en forma coloquial a fuerza de tanto oírlo en la barbería). Al ser domingo y como era normal, no lo vi en la barbería. Mi madre se apresuró a explicarme que se encontraba en la "curiosa y complicada ocupación" de muchos otros días de fiesta. Ello consistía en subir por los cerros de la zona norte, de madrugada, para despistar a la Guardia Civil, siempre vigilante, con el fin de intervenir cualquier producto intercambiado. Después jamás se sabía del destino de estos productos una vez intervenidos.
Esta operación clandestina se realizaba, acompañado de otros familiares o amigos, a campo través por dichos cerros con algunas bestias de carga (burros o mulas). Tal operación consistía en "Cambiar tabaco o jabón por trigo". Se efectuaba próximo al término del pueblo limítrofe, Malcocinado (Badajoz). Tal circunstancia se producía al tener la suerte esta zona extremeña de contar con los graneros llenos de trigo y por parte de los de Alanís la posibilidad de conseguir tabaco a través de Sevilla. El jabón era de fabricación casera, basándose en una mezcla grasienta y espesa procedente de los restos de la molienda de los dos molinos aceiteros. A esta mezcla, que creo se le llamaba "borra", se agregaba una porción de cáustica y posterior era hervida en un caldero para después, aún caliente, vaciar en unos moldes. Con esta mezcla, una vez fría, se conseguían unas estupendas barras de jabón verde. Bueno, se le decía verde, pero realmente su color era de un gris blancuzco. Estos moldes fabricados con chapa vieja de fino calibre, eran construidos por los herreros del pueblo. Su medida aproximada era de 50 centímetros de largo por 10 y 8 centímetros de alto y ancho respectivamente. Una vez la barra fuera del molde se cortaba, con un alambre fino, en unas cinco porciones. De ahí su nombre popular de "tacos de jabón".

domingo, 29 de marzo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 9º: "Juegos de la infancia 2"

Y... aquellos baños "furtivos" que nos dábamos en la ribera o en la Toma de El Molino del "Jorobao" corriendo por lo menos cuatro kilómetros, aprovechando la ligera siesta de los "papás", para estar en la casa antes de que se levantaran.
Recuerdo al primo Amador que casi siempre venía junto a mí, igual que al fútbol, pues, aunque era algo más pequeño que yo, siempre le gustó estar conmigo. Poco después pasó a ser aprendiz en la Barbería, oficio que ya le valió para siempre como medio de vida. Ya en Sevilla, trabajó con nosotros hasta que dejamos el oficio, definitivamente, Jacobo y yo. Después, cuando se cerró la Barbería se estableció por su cuenta hasta su jubilación. Fuimos siempre juntos a ver a "nuestro Sevilla f.c." hasta que yo me cansé de aguantar las nuevas formas de comportamiento del público, de la "valoración de las piernas de los jugadores" y otras circunstancias, para mí, intolerables.

jueves, 12 de marzo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 8º: "Juegos de la infancia 1"


Los niños, disfrutábamos jugando a la pelota, al marro, la billarda, la pinchaera, con los aros de hierro, que gracias a nuestros padres nos hacían en la herrería; a la Piola, a la Banderita y a muchos juegos más. La pelota ya sabemos todos que se refiere al fútbol, traído por los ingleses que explotaban las minas de Río Tinto en la provincia de Huelva, también en la de Sevilla, concretamente, Minas del Cerro del Hierro en la villa de San Nicolás del Puerto. Nuestros amigos los "maruchos"(gentilicio). El marro era un juego que consistía en cogerse de la mano todos los participantes menos uno que era "el castigado", a veces escogido al azar y otras por orden del más "mandón" (casi siempre Enrique Vargas, hoy, con todo mi cariño y respeto).Todos "enfilaban hacia el castigado" cogidos de la mano y formando una sola hilera a lo ancho de la calle, y si este, era capaz de burlarlos antes de llegar a la barrera señalada previamente, pasando al lado opuesto, se libraba. Sorteándose a quien le tocaba de "nueva víctima". A veces este juego o similares, (nunca el fútbol) se ejecutaba mixto, o sea, chicos y chicas. Los demás juegos, creo que son más conocidos, por ello paso de explicarlos.

jueves, 5 de marzo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 7º: "La subsistencia en aquellos años"

Como os decía, existían dos guardias municipales,Venturín y Colaso, así se les llamaba, a los que ahora se les denomina Policía Local. Por cierto que, según recuerdo, parecían diez, por lo menos, a la hora de vigilarnos. Más de una vez algunos chavales se ganaron algún que otro golpe de fusta que dolía muchísimo. Fusta que podría medir de largo unos cuarenta o cincuenta centímetros por cuatro o cinco de diámetro. Recuerdo que era confeccionada, con la verga de un toro, bien resecada al sol y forrada de cuero ligero. Como para no doler. Aún la recuerdan algunos de aquellos que han sobrevivido.
Los padres de familia, sin trabajo y sin ningún otro recurso, estaban en total penuria entre la recogida de cereales y aceitunas. Su única subvención era la de buscar, en campo abierto, alimentos silvestres (espárragos, tagarninas, collejas, berros, setas y similares) vendiendo parte de lo encontrado para comprar de estraperlo un pan de a kilo, que a veces había que repartir entre diez o doce personas, niños y mayores. Eso, o pasar hambre si al cabeza de familia no le tocaba "a dedo" ser escogido por un propietario, para alguna labor agrícola. Acto que se realizaba en la llamada "plazoleta" del pueblo, donde se reunían los obreros para esta "suerte". Además, se podía tomar el sol si el día era bueno, porque eso sí, ¡EL SOL ERA GRATIS!
La buena leña y las chimeneas sólo la disfrutaban los pudientes. ¡Bueno! que "me cuelo" y ya os decía que no estoy dispuesto a entrar en política, aunque me cuesta, cuando recuerdo tanta miseria y tantas injusticias.

domingo, 22 de febrero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 6º: "Mi primo Paco"


Del grupo anterior hago un apartado para referirme a mi entrañable primo Paco. "Que más que primo, hermano", como dice él en su canto a Alanís. Un libro maravillosamente escrito con el corazón y el alma, digno de ser leído, y después agradecerle su autoría. Lo titula MIS RECUERDOS DE ALANÍS.
Lo divide en dos partes. En la primera hace un auténtico canto poético, a modo de romance, (aunque él sigue aseverando que "no es poeta") a la geografía urbana del pueblo, sus calles, sus plazas, sus monumentos, sus alrededores. También describe a los amigos entrañables, a personajes, hechos, fiestas y costumbres. A modo genealógico, relaciona a sus abuelos, padres hermanos y otros familiares. En la segunda parte, que él subtitula "Narrativa Trágica", escribe sobre la Segunda República Española, y la cruenta, canallesca, y miserable Guerra Civil de 1936. Siempre refiriéndose a Alanís, en una clara y correcta narración que nos habla del pueblo y en general de toda España. De tanta barbarie y tantas injusticias cometidas. Describiendo a todos los caídos e humillados injustamente, parándose en especial en su padre, que cayó en el frente del Ebro (mi admirado y querido tío Paco). En los Maestros de Escuela, insignes republicanos: Don Jerónimo Alemán López y Don José González Salcedo-mi primer maravilloso Maestro -como infantil-. En la Maestra "miga" Antonia Milán, y que ya nombro anteriormente. (De Paco ya seguiré hablando más adelante) Yo también asistí a sus clases siendo un párvulo. Era una mujer muy educada, bondadosa, sufrida y con una gran capacidad de entrega para con el prójimo. ¡Cuánto la recuerdo ahora!. También a su hijo Manolo, que en aquella época le ayudaba a impartir las clases. Luego fue mi gran amigo desde la Cárcel de Burgos y lo sigue siendo hoy, desde Cataluña, afortunadamente, pues ya cuenta los noventa años, mi entrañable y respetado amigo Manolo Milán. Aquí corto este inciso, pues seguramente saldrá más adelante en estas mis memorias.
Sin gustarme, ni desearlo, seguía aprendiendo el oficio, por respeto al Maestro, con interés y progresando rápidamente, pues era tenaz y además orgulloso de conseguir lo que me proponía. Eso sí, siempre, primero el colegio. Mis "sueños" eran otros: estudiar para dedicarme a escribir, al teatro que tanto me apasionaba y, además, matricularme en la Escuela de Artes y Oficios para ser pintor. Mis pensamientos sobre el futuro eran ambiciosos, siempre dentro de “el mundo del saber". No obstante, el Maestro Barbero siempre estaba diciendo: "aprender un oficio es muy importante, nunca se sabe lo que puede pasar".

domingo, 15 de febrero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 5º: "1940"

Sigo con el año 1940. Yo acababa de cumplir nueve años. Nací el cuatro de septiembre de l931, en plena efervescencia de la Segunda República Española. En el pueblo, al estar tan reciente LA TRAGEDIA, se respiraba poca alegría. Además agravada por la absoluta escasez de todos los productos de primera necesidad. El día que cumplí nueve años, amaneció un día de sol espléndido, con ese cielo de un azul especial, limpio e incomparable que goza Alanís. Corría una fina brisa que bajando del norte por el "Cerro del cura", causaba bienestar en los cuerpos. Aún estábamos en época veraniega. Amén del olorcillo a pan caliente del horno de Adriano (de escasa producción) y que después sería entregado a las autoridades para ser repartido a través de las dichosas "cartillas de racionamiento" que, cada familia, había recibido del Ayuntamiento, aunque con "ciertas irregularidades". Este "aroma", esparcido por todo el pueblo, hacía que a los niños se nos hiciera la boca agua pensando en la hora de su reparto. Cuánta nostalgia me traen estos recuerdos.
Aquél día estaba contentísimo, me encontraba en la plaza del Ayuntamiento y aunque no era costumbre celebrarse el cumpleaño, por entonces sólo se tenía en cuenta el santo, y lo de hacer regalos se lo podían permitir muy pocas familias. Pero como yo era un niño vivaz y fácil para relacionarme con todos, recibí sendos obsequios de mis amigos.
Principalmente, cuentos y tebeos que tanto me ilusionaban. No todos eran ejemplares nuevos, también los había usados procedentes de algún cambalache. Varios títulos de los hermanos Green; de Roberto Alcázar y Pedrín: El Capitán Trueno; El Guerrero del Antifaz; Flas Gordon, Fumanchú, etc. De las niñas, preciosas postales casi todas con "vistas de Sevilla" ¡qué ilusión! También de la Patrona del pueblo, la Virgen de las Angustias. Yo, muy emocionado expresaba:
- ¡Hombre! gracias a todos por los cuentos y tebeos. Son los últimos ejemplares editados, especialmente, este de Roberto Alcázar y Pedrín, mirad, ya van por el 87.
¡Qué serie más estupenda! Y cómo nos lo pasábamos leyéndolos en voz alta cuando nos reuníamos para ello.
A Irene, cuanto agradecí su postal; ¡Qué linda era! Con la Torre del Oro y la Giralda al fondo, y ¡qué bonito se veía el río Guadalquivir!
-¡Ah!-Le dije - Me gusta mucho la dedicatoria: "A mi amigo Federico con mucho afecto y con el deseo de que Nuestra Patrona, La Virgen de las Angustias te ayude a hacer realidad esos "sueños" que tienes tan bonitos, para cuando, en el futuro, arribes a esta maravillosa ciudad".

martes, 10 de febrero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. PREÁMBULO: "EL ALANÍS DE LA POSGUERRA" (2ª Parte)

En aquel humilde Alanís funcionaban algunos talleres: cuatro carpinterías en las que trabajaban sus respectivos dueños y algún que otro aprendiz o ayudante. Uno de los maestros, Manuel Oliva (Cuquito), era muy aficionado a la poesía, sobre todo social. Cuando yo tenía unos diez años, me empeñé en que mi padre le encargara un modesto caballete para pintar. Éste puso como condición que yo me tenía que aprender de memoria el gran poema "Un duro al año" de Eusebio Blasco ( http://www.tinet.org/~xrr/poesia/un_duro_al_anyo.htm ) que él me recitaría mientras me confeccionaba dicho caballete. Así se cumplió por ambas partes. A partir de entonces, cada vez que tenía una oportunidad, allá que salía yo con "Un duro al año" que, algún que otro disgusto acarreó a mi padre por ser un poema absolutamente prohibido leer, recitar o escribir. Lo proihibía la dictadura a pesar de que trataba de un inocente chiquillo.
Además del taller de Cuquito, habían tres herrerías o cerrajerías en las que trabajaban sus propios dueños, también con algún ayudante o aprendiz.
En cuanto a oficios con establecimiento estaba una barbería, cuyo maestro, mi padre, era además sacamuelas y ayudante sanitario del médico o el practicante, sí la circunstancia lo requería. Además trabajaban dos oficiales y un aprendiz. Existían dos barberías más con un solo operario: el dueño.
Cinco zapateros, que en su modesto taller, confeccionan calzado nuevo, especialmente botas camperas y otras muy robustas a las que colocaban tachuelas en las suelas para que duraran más. Mi hermano y yo disfrutábamos de ellas gracias a los múltiples esfuerzos de nuestros padres. Eran circunstancias en que casi todos los niños iban en alpargatas y a veces hasta descalzos. Estos profesionales remendaban todo lo que se le llevaba a su taller.
Una cestería o talabartería donde, además hacían y colocaban asientos de anea para sillas. Eran dos hermanos.
Como transporte de mercancías existía un viejo y pequeño camión que manejaba su propietario y a veces ocupaba a un ayudante. Un más que usado automóvil de servicio público que sólo lo podían contratar los privilegiados (que eran escasos) para trasladarse a la estación ferroviaria que estaba a ocho kilómetros por la carretera de Cazalla, o para ir también a la capital. Para trasladarse a dicha estación o pueblos limítrofes, la gran mayoría lo hacía a pie o en bestias. Sin olvidar al "Cosario" un hombre que se ganaba el sustento y el de su familia a base de acarrear mercancías y multitud de cosas entre la capital y Alanís o viceversa.
Al terminar la Guerra Civil, la economía no puede ser más desastrosa, ni la vida más triste tanto para este pequeño pueblo, como para todos los de España.
Han caído demasiados compatriotas. Unos en el frente, otros en la retaguardia, la mayoría, por venganzas. Aunque para hacer honor a la verdad, he de proclamar que, en Alanís, las izquierdas no produjeron ninguna baja. Esta "suerte" parece que sólo la tuvimos nosotros en toda la provincia.

No quisiera, al cabo de tantos años, tener que ahondar en tan desgraciados hechos acaecidos por entonces, ya lo hace y muy bien mi primo Paco Spínola. Y mucho menos entrar en política, la que detesto. Principalmente, lo que deseo es narrar mis propias vivencias de aquellos terribles años cuarenta, hasta mi marcha a la Capital, que ocurre a finales de octubre de l949 para incorporarme como voluntario al Ejército. Cosa que hice el día uno de noviembre en el Regimiento de infantería Soria nº9, llamado Cuartel del Duque, situado en lo que es hoy la remodelación de la plaza de La Gavidia y parte del solar que ocupa "El Corte Inglés". De este apartado escribiré más adelante.
Estamos en el año 2008, han transcurrido nada menos que sesenta y tantos años desde los hechos que está recordando este "personajillo" aprendiz de barbero.

jueves, 5 de febrero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. PREÁMBULO: "EL ALANÍS DE LA POSGUERRA"

Alanís de la Sierra, como se le llamaba entonces, ahora sólo Alanís, es un pueblecito actualmente de unos dos mil habitantes,"mi pueblo". Se encuentra situado hacia el Oeste de las estribaciones de Sierra Morena. Concretamente, en el triángulo que forman las provincias de Badajoz, Córdoba y Sevilla, perteneciendo a esta última.
A la sazón nos encontramos allá por el año de mil novecientos treinta y nueve, en los primeros meses que siguen a la terminación de la cruenta y desgraciada guerra civil española de 1936. La economía, como la de todos los pueblos de esta comarca serrana, es agrícola y ganadera; por tanto, de muy escasos recursos para la mayoría.
Propietarios importantes hay muy pocos (a estos se les llamaba "ricos" o "señoritos"). Algo más medianos, pero siempre en minoría, respecto del total de los habitantes, son los dueños de pequeñas fincas rústicas, "mayetes" o "riquitos". Es decir: los que teniendo la propiedad del terreno, son ellos mismos los que lo labran o pastorean, no con poco esfuerzo y penuria, para subsistir y siempre al pie del terruño. A estos dos grupos hay que agregar el de arrendatarios y aparceros.
El apartado de profesionales con título lo componían dos médicos, un veterinario, un ayudante de éste, conocido por el maestro herrador, un practicante (lo que ahora son los enfermeros o A.T.S.), una matrona, un sacerdote católico o cura. Como escuela habían dos maestros, dos maestras y dos personas mayores que daban clases muy elementales, especialmente a los párvulos e hijos de jornaleros campesinos que sólo pueden acudir de noche. Por estas clases cobraban muy poco, a veces nada. Creo que las autoridades nunca agradecieron esa labor tan humana y altruista. Eran dos hermanos, se llamaban Pedro y Antonia Milán.
En el apartado de funcionarios del Ayuntamiento había dos municipales o policías locales, un alguacil, un barrendero y un enterrador.
El resto de habitantes lo cubrían otras profesiones que paso a enumerar: dos sastres y algunas costureras, un cartero, tres maestros de obras, trabajadores in situ junto a unos veinte albañiles, a veces más. Después estaba una gran mayoría de jornaleros o jornaleras en época de recolección de aceitunas y cereales, lo que suponía una importante fuente económica para el pueblo por tener Alanís un buen porcentaje en tierras de olivos, siembra y cría de ganado lanar y porcino. En la recolección de cereales, aunque es temporada corta, consiguen bastante trabajo segadores, arrieros y peones. También había algunas faenas para mujeres como era la de espigadoras.
En casas de labor o pastoreo existen algunos, aunque pocos, encargados o manijeros y en mayor número jornaleros y pastores (muchos de ellos aún niños) empleados todo el año.
Como criadas, niñeras, encaladoras y lavanderas, habría unas treinta mujeres, algunas eran casi niñas.
La industria era pobre: dos molinos productores de aceite que, como ya digo antes, solo funcionan dos o tres meses al año, según cosecha; cuatro panaderías, que la trabajaban sus propios dueños con unos ocho ayudantes entre todas ellas; un molino triturador de cereales, movido por fuerza hidráulica, atendido por sus propio dueño y su hijo; un modestísimo horno de tejas y ladrillos que trabajaban a mano, su dueño y sus tres hijos.
Sobre el comercio: existían unas diez tiendas, prácticamente sin especialización alguna. Se vendía de todo. Cinco son mayores o más importantes, el resto son pequeñas. Dos expendedurías de tabacos (estancos) y dos pescaderías muy modestas que, prácticamente, vendían la mercancía por las calles a base de vocear y si no la terminaban, la vendían en sus casas.

domingo, 25 de enero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 4º: "EL PRACTICANTE Y EL CURA"

Por esta época admiraba mucho a don Ricardo Mena Bernal. Aquél practicante que llegó al pueblo procedente de Castilleja de la Cuesta. Era una gran persona aparte de ser un magnífico profesional. Trabajador incansable, siempre estaba dispuesto a atender a todo el que le necesitaba y a la hora que fuese. Sé que a muchos pobres de solemnidad, no sólo no les cobraba sus servicios, sino que, además, les dejaba alguna pesetilla que otra, de aquellas de papel, debajo de la almohada. Él nunca se lo contó a nadie.
Normalmente el servicio de afeitado y corte de pelo se lo proporcionaba mi padre en su domicilio. Casi siempre yo le acompañaba si no era hora de colegio.
Me gustaba mucho escuchar a este buen hombre. Mirar y remirar aquella casa tan grande y clásica del pueblo, situada en la calle Triana y que, por el fondo, tenía salida a la plaza del Ayuntamiento y a la Iglesia, a través de una enorme cancela. La casa era propiedad de Concha Romero, su esposa. Su único hijo era mi amigo Ricardín, compañero en la escuela y en muchos de los juegos que entonces practicábamos los niños, hasta que se marchó a Sevilla al colegio de Los Escolapios para estudiar el bachiller. Posteriormente hizo Medicina, destacando enseguida como traumatólogo tanto en el Hospital Provincial antiguo, como en su consulta particular. En Sevilla mantuvimos la amistad, pero al hacernos tan mayores perdimos el contacto.
En aquella gran casa se alojó también cuando llegó al pueblo el cura Don José Santiago Montiel, natural de Gines y familiarmente conocido de los Mena. Le cedieron vivienda en la parte alta para él y su tía, que era una mujer cariñosísima. Allí, siendo yo un niño, me iba a aprender pintura al óleo con Don José que era un pintor extraordinario. Como sabía de mi afición al dibujo y a la pintura, enseguida me acogió en su modesto estudio de aquella casa en donde hicimos una gran amistad. Allí adelanté bastante en mis conocimientos del óleo. Algunos años después, viviendo yo en Sevilla, le visité varias veces en Olivares a donde fue trasladado desde Alanís.
Recuerdo entre tantas cosas buenas que tuvo para mí y porque me llamaba mucho la atención como niño, lo que le gustaban los dulces. No se ocultaba para comerlos, y eso que lo hacía casi con devoción. En Olivares, ya mayores los dos, me contó que un día llegó a comerse tres docenas de pasteles, y lo contaba que parecía que se los estaba comiendo en ese momento.

martes, 20 de enero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 3º: "MI MAESTRO DE TEATRO"

Con catorce años cumplidos empecé a jugar al futbol en el equipo juvenil del Liceo Club. También a leer muy intensamente, ya no tebeos, sino libros de poesía, teatro, novela, cuentos, narraciones, ciencia, historia, cultura general y todo lo que caía en mis manos que me valiera para aprender. Así leí a los maravillosos Becquer, Juan Ramón Jiménez, Palacios Valdés, Antonio y Manuel Machado, Pemán, Espronceda, los hermanos Álvarez Quintero, Echegaray, Zorrilla y otros tantos de la época.
Con tan corta edad, me hice corresponsal de una editorial de Madrid cuyo nombre no recuerdo. Distribuía grandes novelas editadas en fascículos. Por este tiempo debo recordar especialmente al cultísimo y religioso don Leopoldo Guzmán Álvarez. Él fue mi primer maestro de teatro. Me enseñó a leer bien e interpretar argumentos. Me prestaba libros de su maravillosa biblioteca: Julio Verne, El Mío Cid, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Góngora, Pemán, Benavente, Espronceda, etc. Colecciones completas de maravillosos cuentos, novelas y poesía de los mejores autores, algunos prohibidos por el régimen de Franco (y él era del régimen) como Blasco Ibáñez, Gabriel y Galán, Juan Ramón Jiménez, los Machado, etc.
De autores como García Lorca, Miguel Hernández, Alberti y otros grandes que fueron asesinados y exiliados durante la Revolución del 36 se tardó varios años en saber algo en el pueblo.
Don Leopoldo, con gran paciencia y tesón nos reunía a muchachos de ambos sexos para ensayar y montar obras de teatro, hacer excursiones. Siempre llevaba un balón para jugar al fútbol. También formaba coros para cantar en la Iglesia.
En lo que en mi opinión pudiera ser su parte negativa, la política, no entro pues a esta avanzada edad sólo quiero recordar lo que fue positivo para mí.

jueves, 15 de enero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPITULO 2º: "LA CARTA"

Un buen día me quedé con una carta sin repartir. Era un sobre pequeño y de color azul muy usado, precisamente, por la Guardia Civil. Lo arrimé a una olla que hervía agua en la cocina de carbón de mi madre. Tal como me habían dicho, el sobre se abrió fácilmente. Una vez lo hube visto, lo pude volver a pegar sin que se notara nada. Recuerdo que contenía un folio con un féretro bastante bien dibujado y algunas frases muy amenazadoras que ahora ya no recuerdo, pero si que la firmaban los maquis. Iba dirigida a don Ramón Calderón, por entonces Alcalde de Alanís. Yo me asusté y recurrí a mi compadre, querido y fiel republicano, Pepe Álvarez a quién se la enseñé. Tan pronto la observó, me dijo que la cerrara inmediatamente y la entregara a su destinatario en el primer reparto. Él decía estar seguro de que el remitente era la propia Guardia Civil, eran las famosas Contrapartidas*.

Pensé enseguida que Pepe tenía razón ya que los dibujos estaban muy bien logrados y no había duda que se trataba de la mano del Comandante de Puesto, don Francisco Velasco, que me daba clase de dibujo. Por cierto, que después de llegar esta carta anónima a su destinatario no hubo el menor comentario por parte de éste, al menos públicamente. Eran tiempos de gran confusión y nerviosismo, sobre todo para los que no tenían la conciencia tranquila.

*En estos enlaces hay más información sobre las contrapartidas:



sábado, 10 de enero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPITULO 1º: "MAQUIS"

Por entonces los maquis estaban en pleno apogeo. Era un grupo numeroso de guerrilleros “tirados al monte” formado por anarquistas y evadidos del ejército franquista. Unos habían estado escondidos durante la guerra, otros habían salido de las cárceles, algunos procedían del exilio y entraban en el país clandestinamente por los Pirineos. Había una sección que operaba por la Sierra Norte de Sevilla y por las sierras que hacen límite con Extremadura y Córdoba.
Varias madrugadas apareció el pueblo lleno de pasquines. En sus dibujos y textos amenazaban a las autoridades del pueblo y a los terratenientes colaboradores del franquismo que eran faltos de humanidad con sus asalariados y con los pobres en general. Solían secuestrar, de forma espaciada, a algún que otro pudiente o familiar muy allegado, al que no soltaban hasta recibir suculentos rescates.
Tenían sus cómplices, unos obligados por sus propias amenazas y otros voluntarios y simpatizantes. Por otra parte, la Guardia Civil que cada vez era más numerosa, ejercía fuerte presión sobre los pequeños y medianos propietarios, labradores o ganaderos, ya que estos suministraban víveres y medicinas a los maquis, así como información sobre las rondas de la Guardia Civil y otras protecciones. Esta circunstancia dio lugar al abandono casi total de los cortijos, lo que vino a redundar en una mayor pobreza, especialmente y como siempre, para la clase obrera.
Podría contar muchas más cosas que ocurrieron entre los maquis y las autoridades de Alanís. La historia de estos guerrilleros es bastante amplia, pero sobre ello ya se han escrito muchos libros por autores cualificados. No es necesario que me extienda más.
A mí me llegaba toda esta información a través de los clientes de la Barbería, entre los que se incluían casi todos los guardias civiles destinados en Alanís. También la recibía del corrillo que se formaba en la sala de correos mientras se esperaba el reparto de la correspondencia. Entre ellos algún que otro funcionario del Ayuntamiento, algún guardia civil y otras personas de distintas profesiones que, en confianza, se hacían comentarios con cierta prudencia sobre estos acontecimientos y que yo, allí presente, almacenaba en mi imaginación. Por entonces me arrimaba a mi tío Pepe, cartero titular, para ayudarle y aprender. Esto ocurría allá por el año 1945, cuando aún no había cumplido los catorce años.