domingo, 14 de marzo de 2010

Primera Parte (1938-1948) Capítulo 19: "Cortijos"

Aquellos paseos que a mí me resultaban tan extraordinarios, a lomos de un mulo o un borrico, que a mi padre cedían los amigos para ir a cortar el pelo al Encargado del Cortijo del Conde de Rojas y a este, cuando también estaba de visita. O al de La Nava Baja para cortar el pelo a “lo garzón” a la señorita Alegria, como llamaban a la dueña, que, para mi, era “una cabra loca”. A la sazón viuda de un tal don Luis Echegaray. Me encantaban los paisajes que se veían durante los distintos caminos. Un pequeño incidente me inspiró este poema:

Hace cincuenta años

Un monte
  la vaguada
el camino
  otro monte...

En lontananza
la sierra agrisada.
Y, sobre ella, a caballo,
las nubes blancas.
Como fondo,
el inmenso cielo azul.

¿Y el  Paraíso?
¿Y Dios?
¿Y los Ángeles?...

Un tropezón del asno
nos  hace rodar en tierra.
Mientras mi padre,
solícito  me socorre,
yo sigo extasiado...

El monte...
  la vaguada...

y al fondo... ¡DIOS
sobre estrellas iluminadas!

                abril,88.

  Ver estos cortijos que eran verdaderas mansiones, amueblados con estilo clásico y algunos muy raros, (posiblemente encargados a carpinteros ebanistas profesionales), era un deleite para el “Aprendiz de Barbero”. Cuadros, algunos de gran valor, aunque nunca supe de sus autores. Los cortinajes, los utensilios, las suntuosas chimeneas. Y una gran cocina, todo de alto coste económico. La señorita Alegría era muy estrambótica y se expresaba con cierto libertinaje y con una frescura sin límite. Mi padre casi siempre me mandaba a jugar al exterior con los hijos de los jornaleros, para que no escuchara la verborrea de esta mujer. Ello, lo entendí cuando me hice adulto. En ambos sitios su trabajo era cobrado substantivamente por el Maestro Serradilla, ingreso extra que venía muy bien para la casa.